-¡Hola!- Dijo... Se acercó con su tarantín de pulseritas y arte en semipreciosas...
-¡Hola!- Le respondí, pregunté sus precios sin intención de comprar, y le invité unos sandwiches de atún a cambio de unas bellezas de colores vivos hechas en macramé.
Contó que era argentino y que le faltaba visitar Colombia para haber estado en todos los países de América del Sur.
Me entristeció saber que le habían robado y que por esos sus planes de ir a Colombia se habían esfumado, porque alguien decidío acabar en 5 minutos el trabajo construido durante tres meses a base de hilos, piedritas, creatividad y muchas horas bajo el sol.
Estábamos impresionadas con su historia de vida, Cori, Deb y yo. Con 31 años ya había estado en 9 países, era licenciado en Química y había trabajado para la industria de su país, pero "esa vida no es para mí".
Su filosofía para vivir era muy particular, y además muy sensata, muy como debiera ser. Veía la belleza de la naturaleza, y tenía la curiosidad de guardar las colillas de los cigarrillos en una bolsita de plástico en su bolso, para después decir como simple explicación, como si fuese lo más obvio, como si fuese lo que todos los fumadores deben hacer, "ese es el precio del vicio".
Cuando terminamos de comer y de conversar, se despidió y me dijo que seguramente nos veríamos esa noche en El Malecón.
Christian era su nombre, y me quedé esperando por la foto aquella que me daría la prueba de que existió, de que existe gente así entre nosotros. No lo vi esa noche, ni lo volví a ver jamás.
Pero gané, me quedé con unas pulseritas hermosas, con lo que aprendí y con el día de playa en Morrocoy.
30 de octubre de 2007.