Iba por la calle, aferrada a su mano, con miedo de perderme en Chacao, la zona más organizada de la ciudad, si llegaba a soltarlo. Él sabe que si deja mi mano libre me voy a perder.
Eran como las 6 de la tarde y todavía no anochecía, pero el cielo tenía un brillo de un color indefinido que hacía que los edificios lucieran aún más europeos.
Entonces pensé que si fuésemos turistas pensaríamos en lo hermoso que era este paisaje. Con los letreros antigüos que adornan las entradas de las tiendas y los restaurantes riquísimos y prohibitivos al bolsillo, y el placer de comerse un Cocosete acompañado de una Coca-Cola mientras se camina, y la impresión de constatar que las patrullas de la Policía son modernas y decentes, y claro, con las bolsas de basura que ensucian las calles. Pensé que Chacao es a Caracas, lo que Recoleta es a Buenos Aires.
Y también pensé que a los porteños les gustaría nuestro proyecto para Caracas, y seguron nos visitarían a nosotros primero para luego ir hacia el sur de nuestro país, a la casa de Dios -la Gran Sabana-.
Me imaginé a la pareja europea paseando por calles de mi ciudad y preguntándole al transeúnte dónde queda la Plaza Francia, y me imaginé a este transeúnte respondiéndoles acertada y amablemente en un idioma que ellos pudiesen entender.
Ese día, todas las puertas lucían un espectacular tricolor que acentuaban la sensación de estar en casa, y que al mismo tiempo recordaban todo lo que falta para hacer de esa casa un hogar. Ese hogar afable con ese porteño y con ese europeo.
Pues volví al mundo real, a la conversación después de que me preguntaras ¿estás?, y entonces vi otra vez el edificio en donde queremos vivir, y llegamos otra vez al piso 3 del Balinger, a convertir los tomates que compramos en el mercado en una rica salsa.
Almorzamos y vimos una peli y comimos cotufas, y me fui, con la utopía en la mente. NO, no la utopía, con la Caracas posible...
Eran como las 6 de la tarde y todavía no anochecía, pero el cielo tenía un brillo de un color indefinido que hacía que los edificios lucieran aún más europeos.
Entonces pensé que si fuésemos turistas pensaríamos en lo hermoso que era este paisaje. Con los letreros antigüos que adornan las entradas de las tiendas y los restaurantes riquísimos y prohibitivos al bolsillo, y el placer de comerse un Cocosete acompañado de una Coca-Cola mientras se camina, y la impresión de constatar que las patrullas de la Policía son modernas y decentes, y claro, con las bolsas de basura que ensucian las calles. Pensé que Chacao es a Caracas, lo que Recoleta es a Buenos Aires.
Y también pensé que a los porteños les gustaría nuestro proyecto para Caracas, y seguron nos visitarían a nosotros primero para luego ir hacia el sur de nuestro país, a la casa de Dios -la Gran Sabana-.
Me imaginé a la pareja europea paseando por calles de mi ciudad y preguntándole al transeúnte dónde queda la Plaza Francia, y me imaginé a este transeúnte respondiéndoles acertada y amablemente en un idioma que ellos pudiesen entender.
Ese día, todas las puertas lucían un espectacular tricolor que acentuaban la sensación de estar en casa, y que al mismo tiempo recordaban todo lo que falta para hacer de esa casa un hogar. Ese hogar afable con ese porteño y con ese europeo.
Pues volví al mundo real, a la conversación después de que me preguntaras ¿estás?, y entonces vi otra vez el edificio en donde queremos vivir, y llegamos otra vez al piso 3 del Balinger, a convertir los tomates que compramos en el mercado en una rica salsa.
Almorzamos y vimos una peli y comimos cotufas, y me fui, con la utopía en la mente. NO, no la utopía, con la Caracas posible...
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