Juventud sin juventud... Eso le dijo Audrey a Nico en Niza.
La juventud es esperanza por definición, por lo tanto, una juventud sin esperanza no es juventud. Podremos llamarlo de otra forma, pero definitivamente no es juventud.
Más allá de las horas que perdí hablando de política, más allá del compatriota al que le cerré las puertas por pensar distinto, más allá de los 14 años que escuché su nombre todos los días, día tras día, viendo como dejaba su huella destructiva y masiva como el paso de una manada de búfalos enfurecidos, este individuo se llevó mi juventud, porque se llevó mi esperanza. Trágicamente, ella no fue liberada con su muerte, sino que su estertor necrófilo se mantiene contaminando mi juventud, intoxicándola, asfixiándola, y no hay vuelta atrás. Es una esperanza que ya está perdida.
La esperanza de que todo puede mejorar, de pensar que todo se puede alcanzar, de que con estudio y trabajo el éxito está a abrir de boca. Tu, mi Julián, en quien tanto pienso, también estás fuera de esa esperanza. Pienso en ti y me veo irresponsable tan solo imaginándote a mi lado en este caos mayúsculo que de vez en cuando llamo Caracas.
Caracas la de la locura, la de la violencia desbocada, la de los precios ridículos, la de los empleados cansados y maleducados, la Caracas del no. La Caracas que siempre dice que no. Con su metro ineficiente, su gasolina barata, sus no hay leche, ni harina ni aceite. Caracas no tiene pitillos, Coca-Cola Light, no tiene toallas sanitarias ni preservativos. La Caracas llena de huecos en sus calles atestadas con carros viejos que valen como si fuesen año 2018. Caracas la del clima maravilloso, la que no sufre apagones a costa de las provincias, la del Ávila majestuoso pero quemado y miserable. La Caracas del Araguaney extemporáneo...
La Caracas que ya nada bueno tiene para ofrecer. La que se convirtió en cenizas en manos del que se llevó mi esperanza.
Audrey, le pregunta a cualquier venezolano: ¿Y piensas que esto va a mejorar?
Y todo venezolano le responde a Audrey, sin que le quede duda por dentro, la respuesta más simple pero más aplastadora: No.
La juventud sin esperanza.
La juventud sin juventud.
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