lunes, 3 de enero de 2011

La cota mil

Es una de las autopistas de Caracas. Límite de velocidad, 80 km por hora en el canal rápido, 60 en el canal lento... Claro.

Es mi autopista favorita en el mundo. Tantos recuerdos.

No sólo es visualmente hermosa ya que se encuentra a las faldas del cerro Ávila, sino que es una autopista para memorizar. La Av. Boyacá es impredescible, curvilínea, magnífica. Tal cual como todas queremos ser. Y por lo tanto tremendamente divertida y peligrosa.

Recorrerla a toda velocidad es de nuestras actividades favoritas. Poníamos música, bajábamos los vidrios, ella manejaba y cantábamos. Gritábamos más bien. Y hacíamos muchos gestos con las manos, y nos reíamos y volvíamos a gritar.

Recuerdo una tarde en la que salimos con el único propósito de transitar por la cota mil. Esta vez no era feliz. El viento producido por la velocidad logró secar mis lágrimas... Y al mismo podía llorar tranquila sin temor a ser escuchada o juzgada. Ella sólo manejó y escuchábamos esta canción de Los Fabulosos Cadillacs y Celia Cruz, y yo podía sentirme desgraciada y feliz al mismo tiempo.

Unos 4 años después volví a la cota mil. Esta vez yo al volante, a una prudente menor velocidad debido a mi corta experiencia.

Me atreví... Regresaba a casa y en vez de agarrar el camino de siempre, seguí derecho por la autopista Francisco Fajardo para empalmar con la Boyacá.

Y allí estaba yo. Mi carro, sincrónico, genial para momentos como ese. The Killers y la Vida Bohéme. La vía absolutamente libre. 100 km/h. Y una absurda euforia y felicidad.

Estaba más viva que nunca y lo sabía. Más hermosa y más frágil. Más Princesa y más importante. Y así fui yo durante esos maravillosos 7 minutos desde la Urbina hasta la Castellana, y de regreso también fuí así.

Y llegué feliz. Como no había llegado en tanto tiempo.

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